8.25.2006

ETERNA CONDENA (Viljami)

ETERNA CONDENA



Es increíble el giro que puede dar la vida; estás tranquilamente protegido por la monotonía de tu existencia y por unas rígidas leyes sociales y, sin darte cuenta, todo eso se rompe como un enorme ventanal de fino cristal.
Habrán pasado unos cuatro días desde el cambio sufrido en mi anterior estado; desde entonces el tiempo ya no es tal para mí. Incluso puedo cerrar los ojos y acordarme como si estuviera allí, nervioso, delante del espejo del pequeño aseo de mi casa, en Tarragona, arreglándome para salir con los amigos, como cada viernes.
Cuando acabé de arreglarme me detuve unos instantes para evaluar el resultado de mis esfuerzos: tenía puesto un traje negro, una corbata del mismo color y una camisa blanca. Siempre me ha gustado el color negro, y el contraste de la camisa me parecía exquisito.
Me pasé la mano por mi recién afeitada y algo escocida cara y un rayo fugaz de vergüenza obligó a mi corazón a latir un poco más deprisa: iba a llamar la atención, y era consciente de ello. Aunque en el fondo también quería llamar esa atención, casi infantil, con el fin de llenar un poco mi solitaria vida cotidiana.
Acabé mi obra con la gabardina negra, guardada con mimo en el único armario ropero de mi habitación.
Una vez en el ascensor, volví a mirarme en el espejo de cuerpo entero para ver el producto final. Parecía un ejecutivo, y no hice ningún intento de reprimir aquella energía nerviosa, producto de mi vanidad.
Me senté con cuidado en el autobús mientras recordaba cómo comenzó aquella fantasía: mis amigos y yo solíamos ir por un local para siniestros y góticos; nos gustaba aquel ambiente, había poca luz, música gótica y parroquianos obsesionados con el bestiario e indumentaria del famoso Bram Stocker. Nos gustaba aquello, aunque nosotros no vestíamos de manera tan extravagante, eso sí, la música era casi lo mejor de aquello, sin embargo, a veces, aparecía alguna chica cuya ropa y forma de bailar despertaba nuestro morbo, pero solían tener novio o acompañante, y así comenzó aquello. Apareció ella. Por la vieja y mugrienta puerta del local entró una chica de algo más de veinte años, blanca como el mármol y bella como una obra de Miguel Ángel. Su pelo negro caía en discretos tirabuzones sobre sus finos hombros, su camiseta negra y minifalda a juego con su indumentaria y pelo, en contraste con su piel, insinuaban un cuerpo exuberante, explosivo, sexy.
Iba sola y se acomodó en la barra.
Nada más pedir una consumición al camarero, dos chicos se acercaron a ella. Maldije el alto volumen de la música al no dejarme oír su voz mientras observaba.
Grupo tras grupo, chico tras chico, e incluso alguna que otra chica, se acercaba de forma ordenada, como si estuvieran haciendo cola para hablar con ella. Aquel ángel oscuro hablaba con todos ellos y parecía educada hasta para despedirlos.
Pasó más de una hora hasta que la gente se desanimó lo suficiente como para dar un respiro a la joven.
Se colocó de espaldas a la barra con los codos apoyados en ella, y no pude evitar regocijarme en su cuerpo. Las blancas e interminables piernas desaparecían bajo la minifalda, como si la prenda fuese parte de su anatomía. Su estrecha cintura acentuaba todavía más aquellos perfectos pechos, donde mis ojos e imaginación se perdían. Me fijé en su delgado cuello, cuando un poblado bucle de su pelo se deslizó hacia su espalda. Lucía un colgante de plata, pequeño pero brillante. Era un “ank”, símbolo de la eterna juventud.
Notaba cómo mi cuerpo se excitaba con una química tan instintiva como imposible.


Con su consumición en la mano miró distraídamente a su alrededor. Me extrañé mucho al ver su vaso: o había pedido otro o no había probado ni gota del primero.
El local no estaba demasiado lleno. A las cuatro de la mañana no suele quedar mucha gente allí.
Sonaba una de mis canciones favoritas cuando me miró. Sus ojos buscaron los míos. No obstante su juvenil aspecto, aquella mirada me atravesó. Algo dentro de mí se agitó, un miedo demasiado viejo y puro como para ignorarlo; aquella mirada era demasiado profunda para alguien así; una parte oculta de mi mente me repetía una y otra vez que aquella criatura era demasiado vieja. La parte racional se opuso a semejante barbaridad. Mi estómago empezó a generar descargas eléctricas, obligando a mi espalda a empaparse de un familiar sudor frío. Mis piernas temblaban y yo deseaba apartar la mirada de aquel insondable pozo de sus ojos.
Al cabo de una eternidad su vista siguió paseándose por el local y no volvió a dirigírmela. No sé cuánto tiempo sostuve aquella mirada pero me dejó agotado. Sentí cómo explotó y secó mi voluntad, como si hubiera hecho un analítico sondeo hasta el fondo de mi alma.
Se volvió a repetir la historia otros dos fines de semana: durante unos agotadores segundos, ella me miraba y yo aguantaba el reto.
Cuando volvía a mi rutinaria vida trataba de intentar olvidar aquellos ojos ya que, hoy en día, una chica puede mirarte como a ella le plazca y no significar absolutamente nada.
A pesar de aquellos largos instantes que hice míos, seguía convencido de no tener la más mínima posibilidad de tener algún tipo de éxito con ella. Lo único que me quedaba era la fantasía.

La campanilla de "Parada Solicitada" del autobús me sacó del ensueño de mis recuerdos, había llegado a mi destino.
Al traspasar la puerta del local me dejé llevar por el cambio de atmósfera: del ruido de la céntrica calle, a la profunda música gótica, de la ambarina luz de las farolas, a la oscuridad casi completa del local, del frescor nocturno, a un ambiente cargado.
Mi corazón latió aceleradamente cuando la vi. Hablaba con un hombre alto y vestido casi como yo. Era verdaderamente imponente. Estaban hablando seriamente. Se conocían. En mi cabeza apareció automáticamente la palabra <> ya que aquel hombre le resultaba demasiado interesante como para ser otra cosa. Cuando mis amigos y yo nos acomodamos, el hombre le besó dulcemente la mano y se fue. Un sentimiento de tranquilidad me libró de la tensión concentrada en mis músculos: aquel no era su novio.
La chica ni se fijó en mí: la señal del final de ningún comienzo.
Unos instantes después comenzaron a sonar las notas de una de las canciones de moda, así que salí a bailar frenéticamente. Por unos momentos pude ignorar el familiar sentimiento de fracaso que, desde hacia años, acompañaba a mi vida.
Cerré los ojos para quedarme a solas con la música cuando un golpe en mi hombro derecho casi me tira al suelo. El “crescendo” de la música disparó mi adrenalina. Me di la vuelta rápidamente mientras un pinchazo de dolor bajaba hasta mi codo. El golpe había sido muy fuerte para ser una casualidad. No pude creer a quién me encontré allí. Era ella, y se estaba dando la vuelta. Al parecer tropezó conmigo. Mi mente entró en conflicto: aunque era casi tan alta como yo, pesaría diez kilos menos; no podía haberme dado con semejante fuerza y, sin embargo, allí estaba.
- Oh, perdona, no te había visto. - Su voz era suave y femenina.
Mientras la sangre se agolpaba en mi rostro, agradecí la penumbra reinante. Recé para no tartamudear. Me acerqué a su oído, tapado con su hermosa melena y susurré:
- No te preocupes, esas cosas suelen pasar. -
Todo parecía apuntar el fin de la tan deseada conversación, cuando se acercó de nuevo a mi oído.

- ¿Fumas? -
- Lo siento, no fumo.
. Yo tampoco. - Contestó con una leve sonrisa en los labios.
No podía creérmelo! Estaba usando una de las fórmulas más viejas y menos usadas hoy en día para ligar. ¡¿Estaba ligando conmigo?!
- Aquí hay mucho ruido -dijo mirando a su alrededor- ¿vienes a tomar algo?
No podía creerme lo que me estaba sucediendo.
Acepté su invitación.
Noté las miradas de muchos chicos. Mi intuición me daba a entender su naturaleza comprensiblemente envidiosa. Observé a mi misterioso ángel: sus ojos eran verdes y parecían brillar con luz propia, su mirada era muy profunda, y eso me desencajó.
Estuvimos mucho tiempo hablando. Yo respondía a sus preguntas sobre mi casi constante vida y ella me respondía con la suya. Nacida en Irlanda, era ejecutiva de una importante empresa petrolífera de Kuwait y estaba allí por una visita de negocios. Me sentí mal pese a sus intentos de hacerme sentir cómodo: tenía dos años más que yo, era alguien de alto rango y encima internacional, mientras yo aún estudiaba mi último año de carrera. Mi escasa autoestima me hizo depender completamente de la voluntad que aquellos ojos se bebían poco a poco.
Me invitó a tomar otra copa en su suite del Hotel en el que se hospedaba y yo, por supuesto, acepté.
Fuimos charlando mientras ella imponía un rápido ritmo al andar, sin parar de contarme lo hueca que era su vida de permanentes e inhumanas entrevistas de negocios y viajes de trabajo, sin perder aliento. Intenté comprenderla y me dedicó una dulce sonrisa con poder de exaltar mi cuerpo. Me pidió permiso para cogerme la mano y se lo concedí. Era encantadora.
Al sentir el contacto con su piel, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, dejando una amarga huella de miedo en mi alma. Estaba congelada, y no hacía tanto frío.
Aquello no me podía estar pasando a mí, sin embargo, me estaba pasando. Llegamos al suntuoso hotel cogidos de la mano.
Ocupaba la suite presidencial.
Una vez acomodados en el gigantesco salón de estilo renacentista, volvió a lamentar la falta de dulzura y cariño en su vida. Yo también lamenté la mía a pesar de ser un humilde estudiante. Aquello creó un primer lazo de unión. Ya no veía su cuerpo, pude ver, sin embargo, su indomable espíritu y me asusté al sentirla como si fuera más antigua que el propio universo.
Ella lo notó enseguida.
- No me equivoqué, eres alguien muy especial. - Al decirme aquello me besó dulcemente en los labios. Como si su boca fuese un acaudalado manantial eléctrico, mi cuerpo estuvo al borde de la convulsión y me dejé llevar por una loca pasión pese a su frío contacto.
Nos separamos de aquel rápido primer beso y me observó con una mirada enamorada. No jadeaba a pesar de aquella olvidada pasión para ella y desconocida para mí.
Me acarició y yo la acaricié a ella. Había imaginado miles de veces una situación así. Mi cuerpo se aceleró desaforadamente a pesar de sentir su fría piel bajo aquella fina tela, contrastando con la elevada temperatura de la mía. Su boca estaba vacía, no tenía saliva y me extrañó bastante. Intenté ignorar aquello.
Hicimos el amor varias veces: en la enorme cama, en el salón y en la bañera. Era toda una maestra en el arte de amar. Recordé su enorme fuerza mientras hacía gala de una delicadeza casi materna.
Su resistencia física era muy superior a la mía y, cuando el agotamiento comenzaba a apoderarse de mí, me susurraba al oído lo mucho que me quería. Aquello llenaba mi corazón y me daba fuerzas. Se convirtió en la anónima mujer de mis sueños.
Yo no podía más, pero pegó su cuerpo contra el mío evitando que saliese de dentro de ella.
- Ahora necesito de toda tu voluntad. Te necesito, amor mío. - Me asusté de veras y volví a percibir su frío cuerpo, carente de sudor a pesar de aquella proeza física. - Aunque te veas morir no intentes que esto nos separe, porque será la última vez que te deje solo. - A renglón seguido me besó en el cuello y sentí un ligero pinchazo. Sencillamente me había mordido.
Era la primera vez que la oía jadear: mientras se bebía mi roja vida. La pasión sentida en uno de los anteriores orgasmos era como una broma de mal gusto en comparación con aquella sublime sensación y acaricié su espalda cada vez con menos fuerza. El techo de la habitación comenzó a hacerse más blanco, aún después de quedarme totalmente ciego. No sentí cómo se separaba de mi cuello pero, cuando empezó a decirme algo, supe que mi cuerpo estaba prácticamente seco. Ella tenía razón: estaba a solas con la muerte. Ni siquiera notaba mi débil corazón. Estaba a punto de pararse y por algún extraño motivo lo sabía. No podía morir allí, y aquello también lo sabía.
Mi voluntad fue imprescindible para sobrevivir a aquella situación.
Me había vaciado como los vampiros de las novelas de Anne Rice; aquellas mismas novelas leídas por mí hace algunos años.
Pronto ella volvió a decir algo y no logré entenderla. Mis sentidos estaban a punto de apagarse como mi corazón, como mi vida, y yo seguía sin querer morir allí.
Enseguida toda la sublime pasión y dolor volvieron, al llenar mi boca con un denso líquido. Supe que aquello era la vida tras la propia vida. Se comenzó a llenar mi cuerpo y me aferré al suyo. Me estaba dando otra oportunidad a la arrebatada; mi alma se llenó con un amor casi tan antiguo como la propia humanidad y, sin embargo, nuevo para mí. Cuando no pude beber más, me volvió a abrazar, mientras me susurraba algo al oído. Pese a no poder entenderla supe que podía descansar. Estaba destrozado en todos los sentidos; había sido una noche demasiado larga. Suspiré, y mi corazón se apagó.
Desperté en otra habitación.
Estaba acostado en una cama titánica y me encontraba solo, rodeado de enormes y suaves cojines. Había un hueco de arrugadas mantas a mi derecha. Alguien había dormido junto a mí.
Me levanté pesadamente y comencé a notar un sofocante calor. Me asomé a la ventana y la visión de tres pirámides iluminadas por invisibles y potentes focos acabaron de despertarme. A pesar del tremendo susto, mi corazón seguía parado y no podía respirar: estaba muerto. Aun y así podía ver en la noche como si el Sol brillara en su cenit.

Me di la vuelta cuando un pequeño ruido me llegó como una desbandada de elefantes. Era Caroline con su escultural cuerpo vestido con una sugerente ropa interior negra. No me excité.
Me explicó todo casi como lo había leído en las "Crónicas vampíricas": me había vampirizado. Aquello tenia que ser verdad porque me sentía vivo como nunca me sentí tan solo unas horas antes; sentía una fuerza sobrehumana y mi sangre, detenida con una densidad casi gelatinosa, no llenaba mi cuerpo. Consciente de mi poder y de mi nuevo estado físico y mental experimenté una horrenda sed de sangre.
Cuando estaba vivo sufría dentro de mí una enorme nada emocional, pero aquel nuevo vacío era mucho más profundo, mucho más poderoso y latía con vida propia: necesitaba beber y pronto, o me volvería loco.
- Mientras no seas presentado como mi hijo ante mis mayores, no podrás beber de nadie más. - Dicho esto me acercó el rostro a su fino y suave cuello.
La mordí con unos colmillos tan afilados como nunca los había recordado y volví a beber de su sangre. Era tibia, en contraste con la frialdad de su cuerpo; mientras bebía sentí un poderoso éxtasis mucho mayor y más intenso que las sensaciones sufridas en el Hotel. Caroline me había matado, pero a la vez estaba bebiendo de ella en Egipto. En ese momento no logré entender nada.


Ahora está vistiéndose en el baño y yo aprovecho para escribir, con una velocidad sobrehumana, esta historia de amor y muerte.
Ella me ha arrebatado una vida, cierto, pero me ha devuelto otra más eterna, más real, y ahora tengo una eternidad para amar a mi soñada mujer, mi incansable amante y mi añorada madre.


Viljami.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Em un pokito largo no? Enfin q te kiero mi ninia! Q nunka habia tenido una amiga komo tu, tan loka, tan salada, tan jefa,tan tan... Olaia! Q sepas q a ninguna amiga le he kontao nunka tantas kosas komo lasq te he kontado a ti. Sabes q sabes ( xD ) kosas mias q poka gente o nadie sabe. Y ya q tengo hoy el día sensible pos voy a seguir y voy a recordar algunas anecdotas y para verifikar loq he puesto antes stoy segura q algunas solo las entenderemos nosotras. Los alrededores dl Bilborock y las 4 cervezas, la raiada del koncert d Mägo, Robert Rodrigo!, la cerveza q olia a vino, el kulote de angel (ejem), la muñekita jarta, las instrukciones d los durex jaja, el día de las kolinas tienen ojos, las konfesiones d me gusta...me pone...me follaria a...me ha metido fixas...xD (stas son kosas q nunka nadie sabra), mi esguince, esa kosa q me tenias q enseñar y todavia no lo has exo jajajaja, marca mi número 666 (8), la cocacola y como olvidar a Microbolito!!!!! El caso neska q hemos vivido 1000 kosas juntas y las q nos kedan x vivir lokurria. Muxx wapa amz potxola(k)

9:48 p. m.  

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